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Un árbol nativo posee identidad y sentido de pertenencia. No se concibe aislado en una montaña ni tampoco como adorno de una plaza capitalina, sino que forma parte de comunidades diversas, con una historia en común, y donde rigen los principios de la sintropía y la autopoiesis.
Por eso es capaz de adaptarse y desarrollarse como ninguna otra especie a las condiciones biológicas de un su hábitat natural. Desde allí resiste a los calores estivales con espectacular destreza, se complementa con otros seres vivos en relaciones simbióticas y juntos construyen el suelo por donde se filtrará el agua tan escasa en estos días.
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